—No era sólo decadencia: era depresión. La gente estaba de veras deprimida, y se sentía pequeña y rota. Visto desde fuera, y sobre todo desde un punto de vista esteticista, es muy distinto. Era duro: uno experimentaba dolor si estaba ahí. Es muy diferente verlo desde fuera, y sobre todo desde una óptica estética: así es posible trascender todo y mirarlo distinto. Es cierto que ese lado oscuro de Viena tiene una gran estética pero no me di cuenta de eso sino más tarde, a mis veintitantos […] Más tarde me percaté de que tenía tantas cualidades poéticas. El arte austriaco tiene a menudo un lado oscuro: si se fija uno en el Accionismo Vienés, se trata de un movimiento único, que no tuvo lugar en ningún otro lugar del mundo. Se ocupa del dolor, de la muerte, de la locura. En mi proceso de maduración, yo sabía de dónde venía todo eso: el arte verdadero es una suerte de reflejo del entorno en que vive el artista, y creo que Viena estaba lista para ese tipo de artista agresivo. En tanto artista, uno sentía que no cabía sino una respuesta: había que gritar, tenía que haber cierto tipo de anarquía. Vivíamos en un mundo que había sido regulado por el Emperador o por Hitler, y que no había desaparecido. Perdimos la guerra pero la gente no cambia. Tuvimos a los rusos, a los americanos, a los ingleses, ahora somos una democracia, pero eso no significa que la gente cambie. Somos los mismos: el mismo pueblo de soldados, de nazis, educado en esos sistemas autoritarios.
Ahí está ese pueblo a un tiempo inocente y maldito en la Epifanía I de Helnwein, socarronamente subtitulada La adoración de los reyes magos, pintura hiperrealista donde la madonna y el bambino aparecen rodeados por tres oficiales de la SS que, más que incienso, oro y mirra, parecen traer eugenesia. Ése, sin embargo, no es todo Helnwein: coexiste la conciencia lacerada por las atrocidades de la guerra y las miserias de la posguerra −escindidas, sin embargo, casi siempre de su contexto histórico: ¿no dijo su paisano Freud que el inconsciente no reconoce el tiempo?− con un talante a un tiempo carnavalesco y subversivo, risueño aunque de dolor, tomado en préstamo a una cultura a la vez ajena y redentora: