Conocerlo en persona fue una revelación, pues contrario a la sensación de incertidumbre y congoja que provoca mirar sus cuadros, él es afable y no se da aires de importancia. Se trata de un hombre de pocas palabras, de hablar dulce y, diríase, casi
tímido. Cuando lo vi por primera vez en fotografías, con el inseparable pañuelo que le cubre la frente y parte de la cabeza, los lentes oscuros, los jeans desenfadados, me recordó más a un rock star de la canción —que dicho sea de paso, entre los jóvenes es muy conocido y popular por ser el ilustrador de las portadas de los discos de Marilyn Mason o del grupo musical Rammstein— que a un artista renombrado con una trayectoria de más de treinta y cinco años, la cual no sólo abarca la creación plástica, la fotografía o la instalación, ya que también ha impartido clases, dictado conferencias y ha colaborado en diversos proyectos, entre ellos: la realización de vestuario y maquillaje para la producción de Macbeth, de Hans Kresnik, el cartel promocional de la obra Lulu, de Frank Wedekind, así como la escenografía para el montaje de la ópera The Child Dreams, basada en una obra del escritor Hanoch Levin.
Otro capítulo que me fascinó de su vida: la inspiración de los cómics de Disney, que dio un giro a su vida, la amistad con Marlene Dietrich, con los Rolling Stones, con Michael Jackson; a cada uno lo integró en su galería de pinturas o de fotografías, todos ellos forman parte de nuestra memoria colectiva, por eso tenerlo en este recinto, entre nosotros, con su muestra, es compartir no sólo el ensueño del Pato Donald sino toda la galería de su rica experiencia de vida.